Y no quiero engañarme al respecto. Un tipo gris perdido en la gris multitud: nadie más. Por eso confías en mí y me preguntas cómo puedo soportar tanta cordura. Todo el archivo de vivencias, los buenos y los malos momentos que siempre quedarán por encima de la actualidad, todas las pasiones y los fracasos no han servido para componer un eje alrededor del cual edificar un mundo, ni siquiera pequeño, ni un prestigio en cuya inercia mecerse, no hay hogar ni república, no hay identidad sobre la que establecer los afectos, que son pura energía desbocada. Todo ello se perderá en la corriente homogénea que surca los pasillos del metro a las ocho y media.
¿Debo hacerlo sonriendo? ¿Fluir activamente en este proyecto, en esta vida que es de ellos y no es de nadie? ¿Crees que mido mi fortuna con la del tipo que se sienta a mi lado en la barra? Tu sabes que no soy exactamente humilde. No seremos nada mientras queramos serlo todo, y en este sueño irracional que nunca va a realizarse no hay lugar para la envidia, ni para el rencor, ni para la frustración, todos esos sentimientos de la gente humilde. Mejor la dulce tristeza del tipo que pasa, la de quien todavía puede imaginar lo que sería ser feliz.
¿O quién te crees que eres, loca? No debes preocuparte, porque tu tampoco eres nadie. Eres libre, como yo, de lamentarte, y de querer romper con todo cualquier día. Eres libre de ejercer tu locura o tu tristeza. No olvides una cosa.
No olvides una cosa: en estos tiempos fanáticos de nihilismo, en estos tiempos austeros de consumo indigesto, en estos tiempos fríos de calentamiento global la mayor parte de nuestras calorías se nos van por la cabeza. Cubre tu loca cabeza con una capucha, incluso si eres bella, y contempla el mundo desde la oscuridad de tu alma vacía, contempla la confusión desde el caos.
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